El Cielo... de W


Morí. Siempre, o más bien desde muy chico tuve un nombre en mente: Miroslava. Tiempo después lo relacioné supersticiosamente con mi “ángel guardián”, algo que resultó cierto ahora que fallecí. Tampoco creía que hubiera algo después de morir, a pesar de no ser materialista o cientifista; fui pragmático con el universo, compleja termodinámica: transformación de energía, entropía y evolución, todo dentro de un Todo, que identificaba herméticamente con “Dios”. Naces, creces, mueres,… solo transformación de energía por la cual creemos en el equilibrio del universo.

       Miroslava me ha guiado y mostrado, que aunque es así, ese remanente es toda una dimensión que religiosamente llaman “espiritual”. Ella es una niña, una hermosa niña que cada que la veo me dan ganas de llorar, pues veo en ella esa hija que nunca tuve. No puedo decirle que “no”, estoy sugestionado por lo que para mí representa: consentirla, mimarla, apapacharla, hacerla reír, es mi niña, mi princesa… pero no deja de ser mi ángel, ese mítico personaje que no concebí. 

      Me tomó de la mano y de inmediato me dejé llevar, cual inercia newtoniana solo una fuerza externa podía perturbar mi relación con ella. Me mostró lo que dejé: las personas y sus pensamientos, las instituciones y sus corrupciones, la naturaleza y la Historia. Salimos de la Tierra, nos fuimos alejando de ella, alejándonos del universo hacia un infinito dentro de sí mismo.

      Sí, ¡aaassshhh! Llegamos al Cielo, azul y blanco, nubesitas, clima cálido, sin principio ni fin, isotrópico; abundantes y fastuosos jardines, edificios cual estilo griego antiguo: dóricos, jónicos, corintios,… y de arquitectura contemporánea… sabe, no sé, creo que nos gusta a todos.

        Los ángeles son muy diversos, depende de la visión que cada uno tiene de ellos y de la función que cumplen, así como Miroslava, había niñas, niños, jóvenes, viejos, perros, gatos, águilas, serpientes, elefantes, dinosaurios, guerreros, filósofos, árboles, hadas, monstruos, y cosas que parecen centellas.

       Vi a mi familia y mis mascotas, los veo como quiero verlos, con la mejor imagen que uno se queda de ellos. Ellos lo ven igual conmigo, y no sé cómo demonios sea, me intriga.

      Se nos permite ver el presente de la Tierra, y a quienes nos recuerdan o nos buscan, mediante visiones en trance ¡qué loco! Se nos permite ayudarles convirtiéndonos en su ángel guardián, pero ello obedece a la fe y al mérito de las personas. Para tal efecto simplemente caemos en un lapsus, una convulsión divina, no lo esperamos, solo sucede.
    
 Sí, también conocí a Jesús, y a Confucio, Epicuro, Sócrates, y hasta al gran Buda; son literalmente dioses, ¡unos tipazos! Ellos están “fijos”, no deambulan como nosotros, están en un solo lugar o donde tú quieres verlos; no hablan pero dicen todo lo que quieres oír con su mirada. Si los buscas solo cierras los ojos y al abrirlos estás allí junto a ellos. Así conocí a Martin Luther King, Marcus Garvey y Florence Nightingale.

      Dios, Dios es otra onda. Sí es como lo imaginé, el Todo en todo, soy y estoy dentro de Él como una bacteria lo estuvo en mi cuerpo, no sé cómo ni en dónde, solo sé que soy parte de Él y puedo estar en la punta de uno de sus cabellos, o en la mugre de las uñas de sus pies. Pero sí tiene personalidad, tiene proyecciones que también dependen de nuestros ideales, demencias o frustraciones. La Suprema Personalidad de Dios, dirían los Hare Krisna.
      Vive en la mejor mansión, cual rapero lleno de lujos, rapado, barbas largas, tatuado, con anillos de oro en cada dedo de sus manos; collares con lujosas piedras preciosas y con un grabado que dice: “Soy tu Padre”. Lentes oscuros y túnicas de santo hindú.
        El muy chingón suplió a los eternos coros angelicales que cantaban las más hermosas melodías, por majestuosas bandas de jazz con los grandes dioses del mainstream y del blues, improvisando sin fin: Count Basie, Charlie Parker, Mingus, Miles Davis… R. Johnson y J. Johnson… ¡Oh Dios! ¡Esto sí es el cielo! Y sí, de vez en cuando rapea, es irresistible.
         Tiene un perro, es mestizo, creo lo recogió en una de sus epifanías, es grande y está rorro el wey. Según, me dijo Miroslava, es su terapia, su distracción ante el error humano. Cada que se estresa, el perro sabe qué hacer para hacerlo sonreír y el mundo siga su curso. A veces pienso que quiere más al perro que a la Humanidad, pero el perro nació fiel al hombre, y Dios lo sabe. Es su lazarillo, ¿hay más qué decir de este ángel incondicional? Es su lección, nuestra lección.

        Nadie habla con Dios, no es necesario, se siente en todos lados, está en la brisa, en la lluvia, en las nubes, en mi ángel, en Jesús, en Buda, en mis abuelos, en el agua, en la Tierra, y en el Cielo…
        Pero lo mejor de todo, lo mejor de todo, es que la mayor parte del tiempo, el verdadero cielo es revivir y revivir sin cansarse, los mejores momentos de tu vida en un eterno suspiro cual droga no puedes dejar. Y los niños, bebés o personas que nacieron en un ambiente tan hostil que les es imposible un buen recuerdo, un buen recuerdo, son los consentidos, sin envidias, reencarnan hasta conseguir un buen recuerdo y mejorar un poco, aunque sea un poco el mundo que en otro momento no se les permitió.

      Nos vemos hermano, tengo que regresar, aquí estoy…


FIN

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