Cuentan los viejos coyotes que hace
muchas lunas y mucho antes de los pueblos humanos, los coyotes dominábamos toda
la sierra, ni los lobos ni los pumas se atrevían a cazar sin temor de perder su
presa con los temerarios y feroces coyotes de aquellos tiempos y sus poderosas
manadas.
Cuando los humanos empezaron a llegar,
el rumor se corrió por todos los montes, se contaba que eran más rapaces, más
que cualquier hermano de la manada. Eran tan despiadados y hábiles que era
imposible ganarles la comida. Los lobos y los pumas aprovecharon para asediar
las sierras mientras peleábamos contra los humanos por sobrevivir. Lo que no
contaban era que sin temor alguno de la Diosa, empezaron a cazarnos a todos, a
nosotros, a los grandes leones y tigres, a los imponentes mamuts, a los lobos,
a los pumas, a los linces, y en señal de superioridad usaban nuestras pieles y
nuestras cabezas sobre su cuerpo.
Los leones, los tigres y los mamuts fueron
exterminados, lobos fueron domesticados, los demás comenzamos a dispersamos
para sobrevivir y no nos pudieran esclavizar, pero traían con ellos una maldad
que nunca imaginamos, una maldición que ensombreció toda la sierra.
Colmillos de Piedra era el hermano más
valiente y fuerte de las familias, era de los pocos atrevidos a enfrentarse a
muerte con los hombres, y nos alentaba por luchar nuestra tierra, nuestra vida,
nuestra libertad. Un día en un ataque de rabia cuando mataron a su mitad y sus
críos, se levantó decidido a matar a todos los hombres posibles. Furioso corrió
por la rivera para encontrar el hogar de los humanos, pues ellos siempre
quieren estar junto al agua; era ya de noche y brillaba el menguante entre
todas las estrellas, lo que le permitía brincar entre los peñascos y matorrales
sin traba alguna. No había nada que lo detuviera, tenía un propósito y era
luchar por la memoria, por la manada, por todos. Sin embargo no encontró
hombres, solo uno, bailando bajo el menguante, gritando y cantando alrededor
del fuego, muy diferente de lo sabido de ellos, bañado en sangre de algún
hermano del monte. Pareciera que estaba concentrado en algo que no notó la
presencia de Colmillos de Piedra. El hermano titubeó,
pero de inmediato reavivó el coraje y se le echó encima. Pelearon a muerte, ese
humano era más fuerte de lo conocido, dando una batalla que no se ha vuelto a
repetir en la historia. El fuego creció como si algo lo alimentara
desesperadamente, los rodearon espíritus de bestias y de humanos, gritos,
rugidos, aullidos y maullidos de los caídos ambientaban la lucha, y todo ser
viviente huyó al invadirlos el terror que sudaban los más grandes cazadores.
Finalmente, después de una gran batalla, el humano cayó, parecía que era todo,
pero en un suspiro, en su último aliento, gritó algo innombrable por las
bestias y encajó su pedernal sobre el pecho de Colmillos de Piedra. El hermano
cayó y perdió la conciencia por varias horas, al despertar logró retirarse el
pedernal, lamiendo su herida se levantó con gran esfuerzo y se arrastró hasta
lo más profundo de la sierra, en donde hermanos lo cuidaron por varios días que
permaneció dormido. Dicen que aullaba inconsciente con un dolor desgarrador
como si viviera una pesadilla interminable, pero no despertaba. Al fin lo hizo,
se levantó, suspiró, sin decir nada se marchó con lágrimas en sus ojos.
Pero pasada la Luna Mayor empezaron a
sentirse fríos desconocidos, como si el viento les quisiera decir algo, los
invadió un temor inexplicable, y no solo a los antiguos coyotes, también a los
lobos, a los venados, a las lechuzas, águilas, roedores y rumiantes; algo no
andaba bien. Fue entonces que llegado el menguante varios hermanos vieron y
vivieron algo aterrador, que solo dos de ellos pudieron contar al poder escapar.
No era un hombre, no era un hombre común, era mucho más alto oscuro y calvo,
más robusto, con un gran pedernal, una lanza y una honda. Empezó a cazar a los
hermanos sin piedad y con una destreza que ningún humano puede tener, como si
supiera nuestros pensamientos, nuestras debilidades, nuestros caminos, y
nuestras madrigueras.
Cada menguante era lo mismo, ya no solo
eran las batallas que diario teníamos con los humanos, ahora era ese demonio
con forma humana cuyo fin era nuestra sangre, nuestra raza. Si luchar contra un
humano era sentencia de muerte, con este demonio empecinado era imposible
sobrevivir.
Aunque los humanos lo llegaron a
conocer, nunca pudieron hablarle, no les contestaba, solo se retiraba. Lo
admiraban, lo veían como a un dios enviado a someter a todas las bestias y
todos los montes. Solitario, como somos ahora los coyotes.
Para supervivir, los coyotes y otras
bestias nos hicimos nómadas, dispersos era más difícil que los humanos y ese
demonio nos pudieran asechar. Sacrificamos la antigua manada, aunque en
ocasiones algunos hermanos se reunían para salir en busca de aquel demonio, sí
lo encontraban, pero éste huía, pues matar uno, dos o cuatro coyotes era
sencillo para él, pero diez o quince era impensable incluso para los grupos de
hombres.
Y un día un hermano descubrió el origen
de ese demonio, fue algo esperanzador, pues al menos sabíamos contra qué
luchábamos. Era Colmillos de Piedra, que cada menguante se transformada en ese
hombre como el arma más letal contra los coyotes. No se habían dado cuenta
durante el canicidio de la ausencia de Colmillos de Piedra, no sabían si
finalmente había muerto o se aisló definitivamente por el dolor insuperable de
perder a su amada familia. Decididos salieron a su búsqueda, pero nunca se dejó
ver por el remanente de la gran manada. Su hermana lo encontró y platicó con
él, sentía rabia y vergüenza por lo que se convirtió, en un hombre, su peor
enemigo; coraje e impotencia por no poder controlar su instinto de destruir y
apoderarse de todo, con un hambre insaciable. Quería morir, pero sentía miedo,
dijo que la Suprema Diosa le advirtió en un sueño que la única forma de acabar
con esa maldición era siendo sacrificado por humanos en una Luna Mayor en lo
más alto del monte, de otra forma aunque fuera asesinado por un hermano la
maldición le pasaría al verdugo, y si lo mataba un humano u otra bestia, la
maldición le pasaría a la familia de Colmillos de Piedra. Pero lo complicado
pensaba Colmillos de Piedra, era lograr que un humano lo sacrificara en lo alto
del monte en Luna Mayor. Los humanos no cazan por la noche, ni les gusta salir
sin luz, y mucho menos en lo alto del monte.
No podía acudir a la manada, pues esta
ya no escuchaba razones, solo querían acabar de una vez y para siempre con ese demonio,
así que arriesgando la maldición, y junto con su hermana, idearon un plan para
robar un crío humano y sabiendo que eso atraería la atención y furia de los
hombres lo perseguirían hasta donde fuera posible. Ese día de Luna Mayor antes
de que muriera el Sol la hermosa coyote también murió, entró al hogar de los
humanos con gran bullicio para ser notada y causar su distracción, estos sin
demora se lanzaron contra ella, y en ese momento Colmillos de Piedra entró a
una choza y tomó a un crío que inmediatamente soltó el llanto que atrajo la
atención de su madre. Un grupo de hombres siguieron a la gran hermana,
sitiándola finalmente en lo bajo del río, en donde a punta de lanzas fue
asesinada. En tanto, Colmillos de Piedra huyó con el crío rodeando el monte
para dejar pistas y hacer tiempo para el encuentro con la Luna Mayor, ni tardos
ni perezosos ante los gritos de la madre, el grupo salió en busca del temerario
coyote, como grandes cazadores identificaron sin problema el rastro de la
huida. Corriendo sin cansancio le salió al encuentro la manada, la que sin
discutirlo mucho le reclamó su traición y sus homicidios, cuestionando además
qué significaba ese crío humano, pero ni podía contestar cuando queriendo
arrebatárselo este lo defendió con bravura. Algo que los hermanos tomaron como
la demostración de su alta traición, que hasta protege a los humanos, -has de
haber hecho un pacto con los espíritus humanos a cambio de ese gran poder- decía. Imposible de contestarles, y con angustia, peleó con ellos, su maldición lo
había mucho más fuerte, con la fuerza y
agilidad de cinco grandes machos, pero no fue suficiente, el remante se lanzó
contra él, pelearon, mató algunos mientras defendía a la criatura, no podían
morir allí, pues la maldición se regaría sin fin. Logró escapar herido de
gravedad, los humanos encontraron a los coyotes y pelearon a muerte, todos
cayeron y con ellos algunos humanos. Los sobrevivientes humanos siguieron el rastro de
sangre, pelos, huellas. Colmillos de Piedra llegó a lo alto del monte, y la madre Luna ya se había
hecho presente, esperó, esperó con angustia, con sufrimiento, con miedo.
Llegaron los humanos, lo rodearon, Colmillos de Piedra pudo haber terminado con
la vida del crío, pero él no era humano, rechazaba ser humano, mato por hambre,
no por gusto, no soy humano. Y de pronto, una lanza en el costado, otra, y
otra, ya inmóvil se le echaron encima para rematarlo, Colmillos de Piedra murió
valientemente por su familia, por sus tierras, por su memoria, por su mundo.
Los humanos agradecieron a su dioses que su hijo estuviera con vida, fue una
suerte, decían.
A partir de esos días los coyotes somos
solitarios, como los lobos y los pumas, de esa forma nos protegemos de los
insaciables humanos, que sin importarles nada destruyen y construyen sin
permiso de la Gran Diosa. No sabemos por qué lo permite nuestra Madre Tierra,
pero esa maldición no se contuvo, los humanos siguen, muchas bestias, tierras y árboles han desaparecido, esa
maldición humana nació para acabar con todo, como un castigo eterno por algo
que no sabemos qué hicimos, posiblemente nuestra soberbia, no lo sabemos,
nuestra Madre ya no nos contesta, enmudeció con la llegada de los hombres, y
mientras tanto nosotros nos ocultamos en lo que queda de la sierra, dispersos,
esperando el fin.
FIN
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In memoriam de Los Motivos del Lobo, de Félix Rubén García Sarmiento, mejor conocido como Rubén Darío, en los recuerdos de mi mamá.
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In memoriam de Los Motivos del Lobo, de Félix Rubén García Sarmiento, mejor conocido como Rubén Darío, en los recuerdos de mi mamá.
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