Aún mantengo en la memoria aquellos días tan aciagos. Recuerdo haber estado en casa, con mi familia, ya era tarde y el crepúsculo mostraba su yesca. Mi hermano y yo estábamos mirando cómo el Sol pellizcaba la colina cuando en instantes el astro mostró otra cara, trataba de hablar, y su figura disimulaba prevención. Después vimos cómo las colinas rugían y el Sol desaparecía. En seguida mi padre y los demás salieron corriendo, nos tomaron y nos llevaron al templo, allí había mucha gente, casi toda la de la aldea, rezaban más de lo normal, y en sus caras se mostraba miedo de la ausencia divina (en todos los sentidos). Los sacerdotes cerraron las puertas desesperadamente, la turba cesó, un golpe aturdió la atmósfera, y el acecho de la bestia mantenía a los aldeanos distraídos de la razón. No me dejaban acercarme a la ventana para ver aquella figura que exacerbaba pánico. La única forma de verla era en las pupilas de quien la conocía. La vi en mi padre, en mi madre, en mis hermanos mayores y en mucha gente; era enorme, más grande que diez rumiantes juntos: cabeza de león, ojos rojos y con azufre en su boca,pelaje blanco y larga cola que azotaba los techos de las chozas, mi padre me contó que siempre ha existido detrás de las montañas, pero solo osa cuando la necesidad impera; come corazones de mamíferos y la esencia de las cosas; su fuego hizo a mi padre olvidar…
Esa cosa se retiró al alba siguiente y se le esperaba en las vísperas de un mañana.
Aunque no pude contemplarlo tuve la ocasión de conocerlo, un día en que mi cara mostró mi edad. Subí a las colinas intentando llegar a las espaldas de los gigantes rocosos, en donde se decía aquél dormía despierto. Antes de llegar su presencia era tan grande como un muerto en el olfato de los demonios. Iba a ser la primera vez que lo vería cara a cara aunque siempre nos acechó. De pronto su nariz tocó mi cara, me quedé inmóvil, mi mente dibujaba muchas luces que su mirada provocaba. Me habló. Su palabra era retórica y exacta; aseveraba que su imagen jamás se me borraría, su cara sería el nuevo tatuaje de mis juicios y sus ojos mi tartamudeo.
Ahora vago por el mundo, todo es bello y maravilloso, pero su garra la tengo marcada en mi nuca y eso hace que a veces vea las cosas indiferentes. Las firmas que doy están hechas con su sangre, y no me doy cuenta hasta que el contrato fue cerrado. Esa garra no se me quitará hasta que pueda ver a los ojos a los padres de mis bisabuelos.
Como cosmopolita he visto, veo y veré, que cada aldea que visito tiene miedo de su Gorgona gigante, igual a la mía, y que hace que la gente sea lo que es…
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